Hace unos meses, con la llegada de Víctor Valdespino
Tello a la oficina de Recursos Humanos del Ayuntamiento, se comenzó a adoptar
una política de “mano dura” contra los empleados municipales.
Cierto, se había relajado la disciplina de los
trabajadores del Ayuntamiento, al grado de que muchos hacían lo que querían:
llegaban tarde, se salían de sus centros de trabajo y no acataban las órdenes
de sus jefes inmediatos. Había que “apretar tuercas”.
Además, se supone que se realizaría un análisis de
productividad de los trabajadores a fin de realizar un recorte de personal,
principalmente de empleados de confianza. Todo esto para “adelgazar” la pesada
nómina y ahorrar dinero, que tanta falta le hace a la administración municipal.
Sin embargo, creemos que en nombre de este “ahorro”
se han cometido excesos y se ha desvirtuado el objetivo inicial. Si bien se ha
despedido a decenas de empleados, no siempre los que salen son los más
inútiles. Hay casos que demuestran lo contrario.
Por otro lado, si uno se da una vuelta por las
oficinas municipales, se podría dar cuenta, sin ser un experto, que hay más
empleados que en el pasado. Si bien se ha despedido a muchos, se ha contratado
a más. Así, ¿de qué sirve?, ¿a quién tratan de engañar?
A los empleados sindicalizados se les ha aplicado
una política de terror. Se les tacha como “el enemigo”, como el principal
problema y no necesariamente es así. Si bien consumen una importante cantidad
de presupuesto en prestaciones, sus salarios son los más bajos. Los de
confianza (que en número son más) tienen mejores sueldos.
El afán de “recortar” ha llevado a extremos como
quitar la categoría de base a integrantes del Sindicato de Empleados del Honorable
Ayuntamiento de Zitácuaro (SEHAZ), cuando la afiliación se realizó de acuerdo con
las reglas que (buenas o malas) impulsó la propia autoridad municipal.
Del SEHAZ se sabe que no es el principal sindicato
del Ayuntamiento. Además, se dice que su dirigente no es tan combativo como
Rocío Vargas, del SUEM (Sindicato Único de Empleados Municipales).
Se aprovecha, además, que el gremio se encuentra en
pleno proceso de renovación en el que han surgido dos bandos; es decir, hay una
pelea por la nueva dirigencia. ¿Se trata, entonces, de atacar la debilidad del SEHAZ?,
¿aprovechar esta “oportunidad” para reducir el número de sindicalizados?
Además, si la nómina evidentemente no se ha
reducido, ¿cuál es el fin de esta política que ha pasado de la “mano dura” a la
humillación del personal que labora en la presidencia municipal?
Maquillaje para un elefante blanco
De repente a la obra abandonada (casi sepultada por
el tiempo cual ruinas prehispánicas) que sería la Central de Abastos, le salió
un dueño. No sólo eso, sino que hay la intención de invertirle dinero para -en
teoría, claro- echarla a andar.
Es decir que el “elefante blanco” que nació muerto
podría revivir tras una transfusión de efectivo. No está muy claro cuánto,
cómo, qué y porqué. Lo único es que el dueño quiere invertir dinero que no es
suyo: pretende que se lo dé el gobierno federal.
Así lo dieron a entender los representantes de la
empresa Grupo de Oro que aparentemente es la propietaria de la Central de
Abastos. No fueron muy claros porque quizá no quieren que nadie conozca cuál es
el plan que se traen entre manos.
Estos representantes se presentaron a la reunión del
Consejo Municipal Agropecuario con el fin de que los asistentes (quienes acuden
en nombre de grupos de productores) les firmaran unos documentos en los que se
muestra el interés en comprar un local en la Central.
Con estos papeles, el Grupo de Oro fundamentará su
solicitud de recursos para la rehabilitación de las deterioradas instalaciones.
Algunos productores expresaron su duda e inconformidad con esta actitud de los
empresarios. Y es que su actitud mostraba que no están interesados en hacer
funcionar la Central de Abastos, porque para ello tendrían que tener un
proyecto que incluyera a los productores. Más bien parece que lo único que
quieren es el dinero del gobierno. Esa -afirmaron los que se atrevieron a
pensar mal- sería su ganancia.
Ricardo Rojas | Zitácuaro
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