Cierto, la Feria de
Zitácuaro, la “fiesta principal”, había venido a menos. Pero no fueron ni el
frío ni las lluvias “atípicas” (que siempre han existido) las responsables del
declive. Los factores son muchos; entre ellos hay que darle su mérito a las
últimas administraciones, que han visto en el evento la oportunidad de hacer
negocios particulares.
Además de la
improvisación y la desorganización que ha imperado en los últimos años, la
feria, que llegó a ser considerada de las mejores en el estado, fue víctima de
la corrupción de las propias autoridades, que la tomaron como un botín.
En los últimos
diez años hemos sido testigos de cómo los alcaldes en turno negociaban
contratos con empresarios y empresas cerveceras y refresqueras, a las que se
vendían contratos de exclusividad.
Hace una década,
Silvano Aureoles Conejo entregó la concesión a Corona por varios años, a cambio
de dinero para construir las instalaciones del palenque. Aparentemente, el
recurso le fue entregado, pero la obra no se concluyó. Nunca se explicó por qué
los trabajos quedaron inconclusos y a dónde fueron a parar los fondos.
Una característica
principal de los negocios que hacían las autoridades a la sombra de la feria
fue la falta de transparencia; es decir, nunca se entregaban cuentas, a pesar
de que había (¿hay?) un reglamento que así lo establecía.
Si bien Silvano no
entregó cuentas, su sucesor, Leopoldo Martínez, ni terminó el palenque, ni
respetó los derechos de exclusividad vendidos a la cervecera y negoció los
suyos propios con otra empresa.
Desde antes de
asumir la presidencia, Martínez Ruiz vendió algunos espectáculos y después los
revendió cuando ya estaba en el poder. Obvio, nunca entregó cuentas de este
dinero.
Antes de Silvano,
Armando Ruiz Santana también le metió mano a la feria y entregó concesiones
(baños, estacionamiento) a amigos, parientes y socios; en muchas ocasiones a
cambio de nada, para que hicieran sus propios negocios.
Con Antonio
Ixtláhuac las condiciones cambiaron un poco. Llegó el tiempo en el que las
condiciones de seguridad dificultaron la realización de espectáculos y ahuyentaron
a la gente.
A pesar de ello,
se continuó con el manejo discrecional de la feria, que no cesó ni cuando Sonia
Rivas Espitia fue encargada provisional de la alcaldía. Ella tampoco dejó ir la
oportunidad de hacer sus “negocitos” al amparo de la fiesta. Y, claro, no hubo
cuentas claras.
Irónicamente, las
escasas veces que la feria fue entregada para su organización a ciudadanos,
quienes conformaron verdaderos patronatos que al final rendían cuentas, era
cuando mejor se realizaba el evento.
Este manejo
discrecional de la feria fue el que acabó con el negocio. Ello, la sensación de
inseguridad y, sí, en cierta medida el frío y la lluvia, minó la confianza de
la gente en su fiesta.
Para la historia
quedaron esas grandes carteleras de toros, jaripeos, espectáculos y artistas de
renombre que protagonizaban la Feria de Zitácuaro. Eran eventos que atraían no
sólo a los habitantes del municipio, sino a cientos de visitantes de otras
ciudades, incluso, de estados cercanos.
Era una verdadera
fiesta, que contagiaba a todos; un éxito que dejaba una importante derrama
económica, producto de las taquillas, del consumo, el hospedaje, la
comercialización de verdaderos productos.
Todo eso se acabó. Incluso, el año pasado, la
feria fue un evento poco atractivo para numerosos ciudadanos, que decidieron
mejor no ir. Ahora, una solución drástica es cambiarla para una fecha en la que
haga menos frío (aunque también es en invierno). ¿Será?Ricardo Rojas
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